La columna de Epigmenio Ibarra.
La muerte está a la vuelta de la esquina y acudirá puntual a la cita. Vendrá acompañada del estruendo de los balazos, los golpes secos de los toletes y la gritería de la multitud. Tendidos en las calles quedarán unos cuantos. Desmadejados, en medio de un charco de sangre, esos cadáveres sin nombre, serán sólo imágenes furtivas en los diarios y la televisión. Horror pasajero para la mayoría, estandarte de lucha para unos cuantos, el precio que había que pagar para otros, materia obligada de columnistas que consignarán solemnes que habían advertido muchas veces que esto pasaría, sin reconocer, claro, que con su cantinela han contribuido a crear el ambiente propicio para el estallido. La muerte, insisto, está a la vuelta de la esquina y hay muchos que no cesan de invocarla.
El país se descompone. Oaxaca no se resuelve —¿cómo habría de resolverse a punta de oraciones?—, y de nuevo las voces que reclaman la intervención de la policía federal o del Ejército tienen motivos para alzarse con fuerza renovada. Hay una sensación de hartazgo en las buenas conciencias que no toleran ya más plantones, bloqueos, manifestaciones e invocan a la defensa del Estado de Derecho y el castigo a esos agitadores y delincuentes que se burlan de la ley. A esos “jóvenes de pelo largo” que, como en Tabasco, según el candidato del PRI -que hace uso de la más rancia retórica de la intolerancia- pretenden reventar las elecciones.
A nadie importa ya por qué se alzaron los maestros oaxaqueños. Tampoco si alguna razón les asistía para hacerlo. Todo se reduce, al parecer, a una intriga palaciega, a la defenestración de un gobernador. Así como trivializaron el complot que efectivamente se armó desde la Presidencia de la República para desaforar a López Obrador hoy los medios trivializan el contexto social, las razones por las que se produce el estallido social en Oaxaca.
No tengo memoria de una situación similar. Sin disparar un tiro un movimiento popular se ha hecho de la capital del estado. Funcional para la estrategia foxista de intervención ilegal en los comicios presidenciales el conflicto se dejó crecer. La derecha necesita villanos públicos. Su consolidación depende de la creación de un clima de desorden e incertidumbre en el que los ciudadanos decentes clamen desesperados por la vuelta al orden y exijan al gobierno mano dura o voten, cohersionados, por un candidato que prometa hacer uso de ella. Del otro lado hay también marxistas tradicionales que, tristemente, terminan por hacer el resto del trabajo. Detonan acciones para profundizar las contradicciones. Buscan el muerto en la calle y en la consecución de ese objetivo se hermanan con sus enemigos.
Imposible dejar de remitirse a la República de Weimar y a la consolidación, a punto de votos, del nazismo en Alemania. Allá los “camisas pardas” se enfrentaban en las calles a socialistas y comunistas, realizaban pogromos, perseguían a gitanos y homosexuales logrando, sin embargo, que a sus víctimas —gracias a la propaganda de Goebbels— se les considerara, masivamente, los responsables de la violencia y el desorden. Con la promesa de restaurar el orden y de restituir el orgullo perdido tras la vergonzosa derrota en la Primera Guerra Mundial, Adolfo Hitler fue convertido primero en canciller y luego en dictador por millones de ciudadanos que buscaban proteger a Alemania del peligro judeo-comunista que supuestamente la acechaba. Represión y consenso, fusil y propaganda combinados fueron la clave para el ascenso del nacionalsocialismo.
Jamás hubiera imaginado Goebbels un aparato de propaganda tan complejo y eficiente como el usado por Fox, el PAN y Calderón. Triste papel el de los magistrados del TEPJF que se rehusaron a medir el efecto de la guerra sucia en los comicios. Este efecto, contundente, brutal, va mucho más allá del 2 de julio y devorará incluso a sus propios creadores. El ambiente de miedo generalizado generado por la campaña del PAN combinado con procesos como el de Atenco, Las Truchas y Oaxaca —y la forma en que éstos se difunden— no sólo logró revertir la voluntad de millones de ciudadanos en las urnas, configurando un fraude de nuevo tipo, sino que sigue operando llevándonos a una situación muy volátil y peligrosa.
La intolerancia se cuela en los espacios antes racionales y moderados. Los medios no sólo trasmiten el mensaje del miedo; se infectan del mismo. El proceso de linchamiento mediático de la izquierda es sólo el primer paso. La muerte está al acecho y la convocan muchos.
El país se descompone. Oaxaca no se resuelve —¿cómo habría de resolverse a punta de oraciones?—, y de nuevo las voces que reclaman la intervención de la policía federal o del Ejército tienen motivos para alzarse con fuerza renovada. Hay una sensación de hartazgo en las buenas conciencias que no toleran ya más plantones, bloqueos, manifestaciones e invocan a la defensa del Estado de Derecho y el castigo a esos agitadores y delincuentes que se burlan de la ley. A esos “jóvenes de pelo largo” que, como en Tabasco, según el candidato del PRI -que hace uso de la más rancia retórica de la intolerancia- pretenden reventar las elecciones.
A nadie importa ya por qué se alzaron los maestros oaxaqueños. Tampoco si alguna razón les asistía para hacerlo. Todo se reduce, al parecer, a una intriga palaciega, a la defenestración de un gobernador. Así como trivializaron el complot que efectivamente se armó desde la Presidencia de la República para desaforar a López Obrador hoy los medios trivializan el contexto social, las razones por las que se produce el estallido social en Oaxaca.
No tengo memoria de una situación similar. Sin disparar un tiro un movimiento popular se ha hecho de la capital del estado. Funcional para la estrategia foxista de intervención ilegal en los comicios presidenciales el conflicto se dejó crecer. La derecha necesita villanos públicos. Su consolidación depende de la creación de un clima de desorden e incertidumbre en el que los ciudadanos decentes clamen desesperados por la vuelta al orden y exijan al gobierno mano dura o voten, cohersionados, por un candidato que prometa hacer uso de ella. Del otro lado hay también marxistas tradicionales que, tristemente, terminan por hacer el resto del trabajo. Detonan acciones para profundizar las contradicciones. Buscan el muerto en la calle y en la consecución de ese objetivo se hermanan con sus enemigos.
Imposible dejar de remitirse a la República de Weimar y a la consolidación, a punto de votos, del nazismo en Alemania. Allá los “camisas pardas” se enfrentaban en las calles a socialistas y comunistas, realizaban pogromos, perseguían a gitanos y homosexuales logrando, sin embargo, que a sus víctimas —gracias a la propaganda de Goebbels— se les considerara, masivamente, los responsables de la violencia y el desorden. Con la promesa de restaurar el orden y de restituir el orgullo perdido tras la vergonzosa derrota en la Primera Guerra Mundial, Adolfo Hitler fue convertido primero en canciller y luego en dictador por millones de ciudadanos que buscaban proteger a Alemania del peligro judeo-comunista que supuestamente la acechaba. Represión y consenso, fusil y propaganda combinados fueron la clave para el ascenso del nacionalsocialismo.
Jamás hubiera imaginado Goebbels un aparato de propaganda tan complejo y eficiente como el usado por Fox, el PAN y Calderón. Triste papel el de los magistrados del TEPJF que se rehusaron a medir el efecto de la guerra sucia en los comicios. Este efecto, contundente, brutal, va mucho más allá del 2 de julio y devorará incluso a sus propios creadores. El ambiente de miedo generalizado generado por la campaña del PAN combinado con procesos como el de Atenco, Las Truchas y Oaxaca —y la forma en que éstos se difunden— no sólo logró revertir la voluntad de millones de ciudadanos en las urnas, configurando un fraude de nuevo tipo, sino que sigue operando llevándonos a una situación muy volátil y peligrosa.
La intolerancia se cuela en los espacios antes racionales y moderados. Los medios no sólo trasmiten el mensaje del miedo; se infectan del mismo. El proceso de linchamiento mediático de la izquierda es sólo el primer paso. La muerte está al acecho y la convocan muchos.
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