La columna de Porfirio Muñoz Ledo.
El muro de Tabasco Porfirio Muñoz Ledo 14 de octubre de 2006 |
H ace apenas una semana, recordábamos en Madrid los avatares de la contienda electoral de Tabasco de 1988 con algunos de quienes entonces acudieron a observarla. En particular con María Teresa de Borbón, apasionada politóloga española que se ha especializado en el seguimiento de las transiciones democráticas más trabajosas e imperfectas, tanto en América Latina como en los países árabes.
Evocábamos la sobrecarga emotiva que sacudió por vez primera, con motivo de comicios locales, a una entidad en la que el partido del gobierno había ejercido una dominación monolítica.
El desprendimiento ocurrido bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador la convirtió en el epicentro de la transformación democrática del país, a semejanza del papel que le correspondió en los inicios de la lucha armada, que hizo exclamar al general Francisco J. Mújica: "Tabasco es el laboratorio de la Revolución".
En su libro Cambios en México la autora asienta como referencia: "En Tabasco el gobierno establece las reglas del poder. En cada municipio unos cuantos personajes, necesariamente oligarcas, han conformado los grupos que disponen del poder municipal".
Desde su perspectiva, la batalla por la democratización de la entidad es la respuesta popular a una altísima concentración de la propiedad y la riqueza, sobre la que se asienta un autoritarismo implacable. También, que el mapa de la pobreza en medio de la feracidad de la naturaleza, define una mayoría social cuya vía de liberación no puede ser otra que las urnas electorales.
Casi nada ha cambiado desde entonces, a pesar de las ínsulas de autoridad local que la oposición ha arrebatado al sistema, pero que merced a los mecanismos de distribución de los recursos fiscales, no han alcanzado a mejorar la condición de los habitantes.
Narra la variada gama de triquiñuelas, presiones, cohechos y difamaciones de las que se vale el PRI para torcer el sentido de la elección. Cita el artículo de un diario nacional que reseña las acusaciones del partido oficial contra el FDN por "incitar a la violencia". Otro afirma: "Poco más de mil personas enardecidas por el llamado hecho por Porfirio Muñoz Ledo se dieron a la tarea de causar destrozos en vehículos, casas y edificios públicos". El enviado Pablo Hiriart sostiene que tales prácticas "sólo se entienden en los grupos que saben que no podrán llegar a ejercer el poder político".
Califica la agresiva cerrazón desplegada por el oficialismo como una "contrarreforma electoral, tanto más grave cuanto mayor es el descontento popular". Atribuye ese cerco político a una reacción defensiva frente a la eclosión de la izquierda en las elecciones federales, que tomó al gobierno por sorpresa. Cita a Carlos Monsiváis: "El PRI se propuso en Tabasco mostrar que el 6 de julio fue un fenómeno incidental y que la democracia no es tema prioritario". Así desmiente -como hoy lo hace el PAN- sus promesas de cambio y reconciliación.
En ese sentido, quien esto escribe dijo en el Senado de la República: "El pueblo de México está buscando la solución pacífica a sus problemas; sería extraordinariamente peligroso defraudarlo y hacerle ver que los caminos de la democracia están cerrados". He ahí de nuevo el mayor peligro que se cierne sobre el país.
Levantar, como se pretende, un muro político en Tabasco e intentar la desarticulación del movimiento democrático en el sureste de la República, por medio de la complicidad del gobierno federal con los más corruptos y tenaces cacicazgos, sería un error imperdonable. Significaría condenar a millones de mexicanos a la miseria y a la impotencia.
Los datos que aporta el candidato de la Coalición, Raúl Ojeda, en su Plan General de Gobierno, son abrumadores. A pesar de que la población de Tabasco crece al ritmo de 1.1% al año, sólo 31% de la población económicamente activa cuenta con empleo, en general precario, y cerca de 40% percibe menos del salario mínimo. El rezago de la calidad educativa es tal que ocupa el último lugar en aprovechamiento escolar y es una de las cuatro entidades con índice de marginación más alto en todo el país.
La insalubridad no es menos injuriosa: el 11.4% de la población no recibe ningún tipo de atención médica y el gasto estatal en salud disminuyó durante el último año. La población indígena es analfabeta en un 40%, mientras el 68% carece de agua entubada y el 90% de drenaje. En el edén prometido se registra el más elevado índice de suicidios del país: 15% de las muertes violentas, el doble de la media nacional.
La radiografía de los sistemas despóticos se expresa casi siempre en términos de degradación social. En ella incuba a su vez la rebeldía que, de no encontrar cauces democráticos para sus exigencias de cambio, más tarde que temprano terminará estallando. Ese es el dilema de las elecciones en Tabasco este domingo.
Ex embajador de México ante la Unión Europea
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