Monday, October 09, 2006

La columna de Federico Arreola.

Así se llama un libro de Michael Page y Robert Ingpen, en el que conocí a toda clase de seres y cosas irreales. Como Liliput, el imperio que visitó el doctor Lemuel Gulliver. O como el rey Arturo, hijo del rey Uther Pendragón y la duquesa Igraine de Cornualles. Uther, por cierto, era contundente cuando le gustaba una señora. Para meterse con la duquesa persuadió al mago Merlín de que le diera la apariencia del duque, y así llegó a la cama de Igraine.

Supe también en esa obra de Bumba, creador de los animales y hombres del Congo. Y de Haiowatha, héroe indio de Norteamérica. Y también de Izanami e Izangai, divinidades japonesas. Ahí se habla igualmente de Robin Goodfellow, hijo de padre hada y madre mortal; de la Montaña de las Delicias, ubicada entre la Llanura de la Tranquilidad y el río de la Muerte y que rodea a la Ciudad Celestial, y de las Botas de Siete Leguas, con las que se avanzan 33 mil 696 kilómetros por paso.

En el libro de Ingpen y Page vienen las biografías de Morfeo, Orfeo Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Dédalo, Ícaro, del Abominable Hombre de las Nieves, de Kupala (diosa de la fertilidad) y de los Yakkus (demonios de la enfermedad). Y encontré ahí la Mansión del Sapo, residencia de la familia Sapo. La lista es más larga: Kappa, demonio enano; Angakuk, mago o maga esquimal; Alulei, dios de Micronesia, y Ailrings, horrendo gato creado por una de las brujas de Salem para vengarse de sus torturadores.

No es seguro, pero quizá en la próxima edición de Las cosas que nunca existieron aparecerán mitos recientes, como el gobierno de Fox, la legitimidad de Calderón y la independencia de cierta prensa mexicana.

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